El nuevo concepto de competitividad

El nuevo concepto de competitividad

¿Será que las palabras ya no tienen significado por sí solas, sino que éstas adquieren su sentido según el formato o contexto con el que sean usadas o pronunciadas? Dicho de otra manera, creo que, en la modernidad, muchos de los términos empleados de forma cotidiana se definirán según las intenciones con las que se emplean.

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Esto es fácil de entender cuando pensamos en el juego de palabras que solemos hacer diariamente, en el que una palabra malsonante puede ser interpretada como un cumplido, halago, medición, descripción o reconocimiento antes de ser tomada como un insulto. Aunque esta flexibilidad resulta ser algo ventajoso para quienes usamos vocablos de manera cotidiana en nuestra redacción con la finalidad de comunicar.

Pero más allá de la conveniencia de los que somos escritores, también resulta ser amenazante para conceptos que definen la integridad u otro nivel que separa algo o alguien de los demás.

Pero es necesario marcar y buscar consensos con las palabras a las que no se les pudiera dar significado según el estado de ánimo o conveniencia, sino que deberían ejercerse como parámetros sólidos de distinción o diferenciación.

En este orden de ideas, quiero establecer audiencia para presentar mi caso en la defensa y buen uso del concepto de dominio público, denominado “competitividad”.

Y es que, para variar, esta palabra es victimizada diariamente en tanto discursos políticos, estrategias publicitarias y desarrollo de contenidos para adornar los mensajes. Usada tanto de manera oficial como corporativa, pero de forma estéril, sin peso o sentido estricto, demeritando el significado tan determinante que ésta pudiera ofrecer para quienes la escuchan o leen y quieren entender su valor. Esto, por un lado, y por otro, cuando es totalmente ignorada y se evita ser usada aun cuando las industrias agrícolas son ejemplos de su definición en su oferta, pero no se quiere dar el merecido reconocimiento.

Volviendo a las bases

“Competitividad” tiene una definición etimológica sencilla: es la capacidad de competir. En el mundo de los negocios se extenderá aún más su sentido, siendo la capacidad que tiene una persona, empresa, industria, sector o nación para obtener rentabilidad en el mercado frente a sus otros competidores del mismo ámbito.

Pero creo que, en la era moderna, las dinámicas leyes de la economía globalizada no van a permitir que esta palabra descanse en un concepto tan generalizado. Pues es un mundo dinámico, feroz y en ocasiones manchado por incompetencia, deslealtad y falta de orden en los mercados, por lo que mi primer argumento es denunciar que se le ha arrebatado el tan requerido sentido diferenciador en su aplicación.

El nuevo concepto de competitividad

El tomate mexicano

Para continuar, quisiera presentar a mi primer testigo: llamo al estrado a la industria mexicana de tomate.

Durante décadas, el tomate nacional ha ingresado de forma exitosa en el mercado americano, pudiéramos hablar de las claras condiciones a favor de los productores mexicanos, donde un clima noble permitía no sólo mejor productividad y eficiencia, sino ofertar cosechas en ventanas muy apropiadas.

Posteriormente llega la agricultura protegida, que mediante estas cubiertas se potencializan los climas de tal forma que ayudaron aún más tanto a la protección de los cultivos como al manejo de los elementos, tales como temperatura, luz, humedad, viento, etc.; y de esta forma lograron aun mejores rendimientos y calidades, extender la oferta más allá de la ventana tradicional, con mayor vida de anaquel, color sabor y todo lo demás que hubiera dejado satisfecha cualquier definición de competitividad.

Que, para quien tenga dos dedos de frente, diría que es el más puro ejemplo, ya que el clima, tecnología, mano de obra y cercanía al mercado destino permitió de la manera más clara competir y superar la competencia en dicho mercado.

El caso del dumping

Sin embargo, se hizo todo un caso en contra, donde lejos de reconocer la competitividad del tomate mexicano, se le acusó de prácticas desleales de comercialización, siendo el famoso caso de la demanda de practicas Dumping en contra de la industria.

Y aun con la firma de un tratado de libre comercio que sirvió para activar las economías de tres países en condiciones equitativas, es terrible llevar un producto de mejor calidad a menor costo de produccion. Pues una de las regiones dentro tiene la desafortunada circunstancia de que sus productores tengan ventanas de oferta cortas, alto costo de tecnología, climas no tan favorables, limitados en el uso de tecnología de cubiertas o agricultura protegida debido al riesgo de los fenómenos climáticos como huracanes, tornados, granizadas y otros.

Sin dejar de lado el millonario costo que implica la responsabilidad civil, pues trabajar dentro o fuera de un invernadero es considerado actividad de alto riesgo, por lo que las compañías de seguros no tienen productos viables para los agricultores que buscan tan sólo producir tomates dentro de un invernadero y asegurarse en contra de cualquier eventualidad.

Entonces, no sólo se dejó a un lado que el tomatero norteamericano simplemente no puede competir contra el mexicano, sino que, para nivelar el terreno, durante más de 20 años se establecieron dinámicas para darle una ventaja al que está en desventaja. Mismas que consisten en precios mínimos, donde el productor mexicano no puede vender en el territorio del vecino si el mercado está por debajo del precio pactado, o lo que probablemente siga, aranceles directos al tomate azteca para frenar su “competitividad” y darle ventaja a quien simplemente no lo es y nunca lo será, en igualdad de condiciones.

Entonces yo me quiero subir al ring de box con el campeón mundial que resulte de mi peso, pues si le atan una mano, le vendan los ojos y lo suben al cuadrilátero desvelado, borracho y hambriento, entonces yo puedo ser un boxeador competitivo aun cuando me enfrento a un feroz individuo en una contienda internacional.

Recapitulando el primer argumento: entonces, si eres mejor, productivo, eficiente y eres favorecido con gente, clima y la preferencia del mercado, te ganas una demanda internacional y la imposición de mecanismo para darle ventajas a la competencia, para ver si así lograban mantenerse en la pelea.

Mucho me preguntan qué es exactamente “el dumping del tomate”. Mi respuesta es que, en esencia, es la consecuencia de competir en un mercado foráneo, superarlo en eficiencia y calidad y pagar las consecuencias, o más corto: dumping es el atentado sustentado por las leyes para matar el término “competitividad”.

El cambio

Ahora preguntemos a nuestro testigo sobre el surgimiento de términos como la inocuidad y seguridad. Donde existe una innegable responsabilidad y compromiso intrínseco de asegurar la integridad de quienes consumen nuestras hortalizas. Pues las consecuencias de no hacer esto de forma correcta puede costar vidas, fincar responsabilidades hasta de carácter penal, llevar a la bancarrota a empresas y ser causal de daños millonarios a la industria.

Este concepto ha llevado al testigo en varios sentidos, primero a buscar apoyo en certificaciones de tercerías, mismas que le ayudaron a la implementación y gestión de sistemas integrales para alcanzar altos y estrictos niveles de cumplimiento para posteriormente retroceder a modelos oficiales, que por hacerlos más accesibles se han implementado de forma simplificada, pero que serían las que autoridades reconocerán.

Y enhorabuena, porque esto no sólo contribuyó para cumplir con el compromiso y la promesa al consumidor de entregarle productos limpios, sanos, libres de residuos o de sustancias que pudieran afectar su salud. También ha logrado una profesionalización de las empresas agrícolas, desde su administración, operación y manejo de recursos materiales y humanos.

Sin duda es un concepto que llegó con costo, porque un día, de la nada, mucha gente se enferma de salmonela y para lograr saber qué estaba pasando, se les preguntan a todos sobre su ingesta en los últimos 30 días,

Y la principal coincidencia es que estadísticamente la mayoría comió tomate, y pues claro, tenía que ser mexicano. Esto ocasiona una acusación, o “señalamiento” que, de forma no oficial, frenó el consumo a un alto total, sin tener evidencia, ni el arma del delito. En el 2007, se calculó que este tipo de procesos sin sustento científico causó pérdidas millonarias para el primer testigo.

Lo que para mí es peor: la autoridad nunca dio una respuesta contundente del origen del brote, lo que abrió la luz a una debilidad muy peligrosa.

El nuevo concepto de competitividad

FSMA

No obstante, la vida continuó y la autoridad americana actuó con base en lo vulnerable que era, por lo que decidió actualizar sus procesos para asegurar la cadena con un programa agresivo y ambicioso llamado FSMA (por sus siglas en inglés Food Safety Modernization Act).

Después de cientos de reuniones, anuncios y comunicados oficiales, FSMA era el fantasma aterrador que amenazaba con acabar con la forma tradicional de hacer negocio en dicho destino… y la leyenda crecía.

Se decía que sería algo estricto, difícil, muy vigilado, se señaló como proteccionismo justificado y no se tenía claro sobre sus consecuencias o costos. Tardó tanto tiempo que la leyenda, de tanto contarse, perdió su sentido de urgencia. Dentro de cual fueran las intenciones reales de la FDA, que yo opino de que eran legítimas, la realidad es que la incapacidad operativa que resultó del cambio de gobierno en la Unión Americana, falta de presupuesto, y el largo consenso que fue requerido para su implementación, permitió a los tomateros, prepararse de tal forma que muchos probablemente están en capacidades de superar las expectativas, y el fantasma aterrador, se vio al final de cuentas por muchos como “Gasparín”. No porque dejara de ser importante o estricto, sino por que al final del día, el fantasma sería amistoso para una industria que se preparó y estuvo un paso adelante de la posible exigencia.

Sin embargo, la industria mexicana no ha recuperado su prestigio y aun con el cumplimiento de estándares más estrictos de los que no son exigidos a los productores domésticos del país vecino, la industria testigo sigue en la lista de alto riesgo, según criterios de la misma FDA.

¿Qué se debe hacer?

Entonces, ¿cumplir y exceder las expectativas, regulaciones tanto locales, como del país objetivo, participar, cooperar y estar un paso adelante, aún no es suficiente para describir al tomate nacional como un sector competitivo? Creo que la analogía está en la cadena, su fuerza está en el eslabón más débil.

Pensando así, hoy la cadena de distribución, especialmente sus últimos eslabones, están determinados a no arriesgar nada, por lo que la incorporación de procesos, prácticas, infraestructura y certificaciones que cada año adquieren nuevas dimensiones de complicaciones para su implementación, son y serán exigidos si es que pretenden ser aceptados como sus socios comerciales.

Se establece un total compromiso, donde a toda costa se deberá asegurar en su totalidad la cadena de suministro, sin que haya espacio de fallas y una inflexible exigencia.

Un compromiso adquirido por todos sus integrantes, desde la última mano que entrega al consumidor, hasta su inicio, que es la producción. Sólo un pequeño detalle en la ecuación, quizás una falla en la fórmula: y es que el mayor costo para dicho cumplimiento está con cargo al agricultor.

Entonces, el agricultor competitivo, debe pagar y ejercitar todo un sistema de gestión de seguridad, inocuidad y calidad de sus productos sin opción, si es que quiere vender, aunque todavía no se le pueda reconocer como competitivo.

El precio siempre va a ser un factor de competencia, pero no puedes vender más bajo para no hacer dumping, pero también tienes que estar a nivel del mercado para no salirte de la competencia, al mismo tiempo que eres inocuo, seguro y que cuentas con la integración de infraestructura y procesos que lo afirman.
México tenía ventajas muy notorias con su mano de obra, por lo que ahora, ésta tendrá que ser cuidadosamente vigilada para asegurar que no haya prácticas de abuso. Pues si no puede ser igual de cara que en los países socios del NAFTA, se requerirá hacer algo para encarecerla.

Por lo que el productor ahora debe invertir en crear las mejores condiciones del mundo para el trabajador agrícola, para ahora ser considerado, que es socialmente responsable entre sus socios comerciales.

Y esto está genial, no me malinterpreten, me gusta que mejoren sus condiciones, pues es la más pura definición de economía de escala. Porque, al generar mejores circunstancias económicas, activas las micros que a su vez alimentan las macros; y el que la gente gane de forma justa, pues es un ganar-ganar para un país en su totalidad. El problema es que la imposición nos marcó nuevamente y que ésta nunca pensó verdaderamente en mejorar condiciones laborales.

El nuevo concepto de competitividad

El jornalero mexicano

Ahora quiero traer al estrado al jornalero mexicano como segundo testigo, quien ahora va a hablar de la brecha tan grande que existe en los niveles socioeconómicos de nuestro país.

Hablará de las escasas oportunidades de ir a la escuela, que ciertamente es un argumento real en muchas regiones del país. Expondrá la falta de empleo formal, de sus nulas aspiraciones de vivienda propia o del sueño lejano de mandar a sus futuras generaciones a que estudien y mejoren las posibilidades de salir del rezago social del que provienen.

Se declarará que en sus comunidades se casaban jóvenes, tenían familias y necesidades de proveer a sus hogares, mucho antes de alcanzar la mayoría de edad. También comentará que la oportunidad más viable era trabajar en un empaque o campos agrícolas, donde muchas veces significaba trasladarse a otro extremo del país, muy lejos de su lugar de origen. De lo contrario, era migrar y buscar el sueño americano, que hoy es más bien una pesadilla para los connacionales.

Hablará en su testimonio de que hubo abusos, ciertamente, pues sí hubo casos de quien lucraba con su necesidad de trabajar.

Los aspectos positivos

Pero también defenderá y agradecerá a las agrícolas que de forma justa le dieron oportunidad de trabajar, aun cuando todavía no tenía 18 años, pero que gracias a ello podía proveer para su cónyuge e hijos.

Te dirá que fue una alternativa para subsistir y alejarse de otras industrias que por tentadoras que eran, significaban negocios ilegales y aveces la muerte. O que trabajar en estados como Sinaloa o Sonora, aun cuando también significaba una migración, se quedaba en territorio nacional, lo que le daba la facultad de regresar a su familia al término de la temporada y aspirar a que nuevamente tendría empleo, en vísperas de un nuevo ciclo productivo.
Su argumento hablará de la capacitación que se le brindó, haciéndolo mano de obra calificada y mejorando sus opciones, como también los procesos en los que fue entrenado, como de inocuidad y seguridad que a su vez le ayudaron a mejorar la salud personal y de su entorno familiar.

Pero luego por señalamientos quizás dolosos, con motivos a veces lejanos de la justicia social se promovió una nueva discusión, fundamentada en causales de situaciones inapropiadas. Pues hubo sus atropellos, sin duda, pero que no necesariamente hablaron de la industria en general. A partir de ese momento motivó a la aceptación de imposiciones internacionales que no se alinearon, ni con la cultura del país, ni las realidades de su gente. Promoviendo leyes inflexibles, sin periodos de transición para su implementación, prohibiendo la mano de obra de jóvenes que aún no tenían la marcada mayoría de edad de 18 años, pero olvidando que tenían responsabilidades de adulto; y lo peor de todo, nunca se entró a la defensa del concepto que argumentó a la agricultura mexicana a verse y ser considerada como una actividad de muy alto riesgo, lo que dejó fuera cualquier discusión de buscar flexibilidad para que jóvenes que aún no tuvieran mayoría de edad, pudieran trabajar de forma legal y supervisada.

Cambia la ley, pero aun cuando las causas sonaban buenas, el resultado tuvo consecuencias. Limitó todavía más las oportunidades, dejó gente sin ganas, ni capacidad para estudiar y por ende, se alimentaron las filas del crimen organizado. Ahora el gobierno promovió los “Ninis” agrícolas (jornaleros que ni trabajan, ni estudian). Sólo que, en defensa de la verdad, éstos fueron por circunstancias ahora forzadas.

Hoy el jornalero es una especie en extinción, pues el amor al trabajo, a la tierra y al campo no se transmite de generación a generación, pues ya no es posible el ejemplo.

En el argumento de mi segundo testigo, parecería que no está tan seguro de que todo fue para bien, aun cuando se ganó que sus ingresos crecieran, su derecho legal a una seguridad social fuera cumplido y que también fuera incluido en los programas de vivienda, donde su aportación descontada de su salario le daría la oportunidad de hacerse de una vivienda de interés social, pagando el crédito más caro del mercado y quizás del mundo.

El nuevo concepto de competitividad

¿Qué es la competitividad en materia social entonces?

Es lo que muchas agrícolas hacen y hacían, crear programas donde incluyan prestaciones que den mejores condiciones al trabajador, como salario, seguridad social, vivienda, infraestructura de salud y condiciones que le permitan una expectativa de promover que su descendencia pueda tener una mejor oportunidad que la que ellos tuvieron, aun sin que le fuera exigido.

Mientras tanto, quien nos acusara de prácticas desleales de mercado, también es reconocido, por varios reportes de autores de su misma nacionalidad, pues te recomiendo leer “Tomatoland” de Barry Estabrook, donde, entre otros temas, también aborda y describe injusticias sociales que pueden ser hasta consideradas como esclavitud en suelo americano y que hasta la fecha se siguen dando.

Pero aun con la capacidad del productor mexicano, de acatar las fallas y reaccionar de forma inmediata para solventar las críticas, fallas o acusaciones, México nuevamente tiene que ser mejor que todos en brindar justicia y equidad social, acompañado de una serie de condiciones a favor del trabajador, para nuevamente ser reconocido no sólo como competitivo, sino digno de participar en el mercado que de forma teórica es de nosotros por derecho de conquista.

Volviendo a la definiciones, se tiene que considerar el argumento que para aumentar la competitividad, uno de los factores fundamentales será la capacidad de inversión, pues toda diferenciación implica una inversión, cambiar y mejorar procesos en la empresa primaria, mismos que traigan mejores resultados tanto en lo interno, como en el reconocimiento del mercado. Que, de esta manera, se intentará mejorar la capacidad de producir a costos cada vez menores, lo que obliga al importantísimo rol que tiene la innovación, es decir, la creatividad para buscar otras variantes de producción que satisfagan mejor las necesidades, requerimientos y nuevas tendencias de mercado, mientras todo resulte a su vez en mayor eficiencia que propicie los cambios que serán requeridos.

En el sector agrícola esto es todavía más complicado, porque aun cuando esto que aquí describo es la realidad de muchos agricultores, ellos a su vez tienen que hacerse continuamente el siguiente cuestionamiento: ¿pues qué hace tan diferente, mejor o peor un tomate, para hacerlo sobresalir ante sus competidores? Tal vez partiendo de este ejemplo pudiéramos, de una vez por todas, llegar a términos para establecer y fijar postura sobre el significado del vocablo competitividad para ser usado de forma especializada en los sectores de frutas y verduras. Concluyamos el análisis:

Conclusión

Presentando mi argumento final, y en vista de la evidencia que he sometido a tan respetable audiencia, entonces quiero descansar mi argumento, afirmando que competitividad es la capacidad de una empresa de ofertar sus productos, tratando de no sólo cumplir los requerimientos y regulaciones tanto del mercado y sus autoridades, sino que también es la capacidad de distinguirse por su capacidad de estar un paso adelante. Las empresas competitivas deben ser ahora proactivas, exigentes e inteligentes.

El mundo no es justo, pues en esta vida no se obtiene lo que mereces, si no lo que logras ganarte con el fruto de tu iniciativa, inventiva y capacidad de ejecutar para ofrecer un producto que siempre exceda las condiciones esperadas del mercado.

Los tomateros aprendieron rápidamente que de nada sirve producir 90 kilogramos por metro cuadrado e incorporar la tecnología para lograrlo si no se tiene el mercado que te lo compre y que reconozca su valor, tampoco sirven de mucho esos niveles productivos si no brindas la certeza de que tus procesos son inocuos y seguros. Y si aun con todo esto estás dañando el medio ambiente, perjudicando a la comunidad o no siendo justo con tu gente, tarde que temprano quedaras fuera.

Insisto, lo más importante en la palabra no necesariamente radica en tus capacidades de cumplimiento, sino la habilidad de reaccionar para superarse, tras fallar o cometer errores.

Por eso defiendo el argumento de la industria del tomate, pues ¿qué otra industria ha rebotado de tantas controversias y regresa con propuestas y soluciones que la han hecho superarse?

Entonces, ¿qué tienes que hacer para ganarte el derecho de ser considerado competitivo? Tienes que trabajar en tu eficiencia para producir más y mejor usando los recursos de forma correcta y justa, debes ser rentable, porque a final de cuentas tu utilidad te permite reinvertir, para precisamente incorporar las innovaciones que te mantendrán siempre un paso adelante de la competencia, pero, sobre todo, de los requerimientos oficiales y comerciales del mercado.

Tienes que ser responsable, hacer las cosas para no afectar a otros, ni al planeta. Pero al mismo tiempo no perder de vista no perjudicar la oferta, ni contribuir a los desórdenes comerciales, que luego sirven de tan buen pretexto para la imposición de estrategias proteccionistas.

Significa cuidar la gente que hace todo posible, ser justo y equitativo para que gocen también del resultado de su trabajo y promover, a su vez, su continua superación. Aquí entran conceptos de responsabilidad comercial, ambiental y social.

Pero, sobre todo, tener siempre una historia real y comprobable de tu empresa, la forma de trabajar, producir, la tradición, procesos y tecnología que te hace único.

La competitividad es la capacidad de siempre promover la individualidad de tu negocio en el mercado meta para lograr una rentabilidad y superación de tus competidores.

La defensa descansa.