Experiementando con pimientos en el hogar

Se dice que el descubrimiento de la agricultura — la capacidad de domesticar y utilizar plantas para beneficio humano — fue el avance más crucial para la civilización moderna. Tras milenios realizando procesos selectivos, mejorando técnicas de cultivo y perfeccionando modificaciones genéticas, podría pensarse que ya nada puede sorprendernos; nada más lejos de la realidad.

Por una parte, profesionales y científicos continúan investigando en la aplicación de tecnologías más eficientes para mejorar rendimiento, calidad, resistencia a enfermedades y sostenibilidad.

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Si bien interesante, el proceso de investigación forma parte de la curiosa naturaleza humana. Pero lo que más me apasiona es la naturaleza de los propios vegetales. No sólo se descubren especies “nuevas” casi a diario, sino que a veces el comportamiento y propiedades de las más comunes se escapa a toda lógica. Les relato un ejemplo.

Hace años, cuando cursaba secundaria, mi madre — profesora por profesión y vocación — me permitía en ocasiones ausentarme de la escuela para acompañarla en sus jornadas educativas.

En el transcurso de dichas expediciones, que siempre incluían el estudio de aspectos de la cultura local, a menudo visitábamos el mercado de la capital compostelana, en el noroeste de España, mi tierra natal.

Todos los jueves, el mercado se extendía a las calles adyacentes, exhibiendo un variopinto surtido de mercancías, desde muebles y herramientas de segunda mano a los productos agrícolas y marinos más frescos que he visto en mi vida.

Uno de dichos jueves, mi madre se había propuesto adquirir unas plántulas de pimientos de Padrón, con objeto de plantarlas en su microhuerto de verano.

Estos raros chiles, a menudo referidos como una ruleta rusa culinaria, son tan populares en esta zona de la geografía ibérica como prácticamente desconocidos en el resto del mundo, al parecer. Su aspecto inofensivo, pequeño tamaño, color verde claro, forma irregular y paredes finas, esconde un secreto que causa las delicias de consumidores locales.

Los pimientos de Padrón se sirven como tapa o botana, simplemente fritos y aderezados con sal marina gruesa. Su agridulce sabor es tan ligero, que es difícil resistirse a ingerir uno tras otro hasta que, sin previo aviso, uno de ellos ataca con pungencia y picor inusitados.

Mi madre, en su ignorancia urbana, había decidido plantar media docena de pimientos picantes y media de no picantes aquella primavera, y así lo planteó a las vendedoras del mercado. Creo que todavía hoy lloran con la risa al recordar el cándido pedido. Tras el revuelo inicial nos informaron que todas las plantas son iguales, y nadie parece conocer la razón del caprichoso comportamiento de sus frutos.

La primera cosecha se recoge a mediados de junio, seleccionando frutos inmaduros cuando alcanzan el tamaño de un habanero pequeño. La recolección continúa a lo largo del verano, y el porcentaje de frutos picantes crece ligeramente con la estación.

Aunque la variedad partió de México en el siglo XVI en el equipaje de unos monjes franciscanos, se supone que el clima, el suelo y la técnica de cultivo de la comarca gallega, otorgaron a estos chiles su curiosa condición. Pueden hacer apuestas, estudiar su forma, tocarlos y olfatearlos cuidadosamente, pero nada funciona en la determinación de su picor.

Quizás el misterio que contribuye al atractivo de estos chiles se desvele y puedan cultivarse a escala comercial en otras regiones del mundo. En este mercado global, hasta es posible que se conviertan, un día no muy lejano, en la próxima sensación culinaria. Pero por el momento, como dicen los locales en su gallego natal, “Os pementos de Padrón, uns pican e outros non,” así de simple.

Reho es la Editora del Grupo Horticultura de Meister Media Worldwide